jueves, 17 de agosto de 2017

CARACOLES



Hay platos por los que sentimos predilección y es, sin duda, porque nos transportan a nuestra infancia y a tiempos que recordamos con especial cariño. Cuando como caracoles vienen a mi memoria recuerdos imborrables. Todo era una parafernalia, desde ir a cogerlos, cocinarlos, hasta comerlos debajo de la palmera del huerto de mi abuela.
Os cuento: Cuando era pequeña, junto con mi hermana y mi prima pasábamos los veranos en Padul, en la casa de mis tres abuelas (mi abuela y sus dos hermanas, las Miguelitas). A mitad de agosto nos hacía una visita mi tía Tere y es cuando no perdonábamos ir en busca de caracoles a la vega de El Padul. Había que levantarse bien temprano pues para recoger bastantes había que ir antes de que saliera el sol y, a poder ser, que hubiera habido una noche con mucha marea, así habría mucha humedad y los pobres caracolillos saldrían en bandada.
Después del madrugón había que preparar una buena capacha, algo de embutido y de pan, sin perdonar, por supuesto, las cuñas recién hechas de la panadería del Potrilla que las comprábamos de camino hacía la vega.
Pues con nuestras viandas a cuestas y montadas en nuestras bicicletas pedaleábamos hasta llegar a los "Quinientos", allí siempre encontrábamos un montón de caracoles. Entre risas y bromas se nos pasaba el rato cogiéndolos y saltando, de vez en cuando, de alegría cuando alguna de nosotras encontraba un caracol de los gordos, ¡menudo premio!.
Cuando ya salía el sol y los caracoles se habían escondido en un lugar más fresco era el momento de ir a Los Molinos y sentadas junto a la fuente "Del Mal Nombre" dábamos buena cuenta de nuestra capacha. ¡Que rico estaba todo después de una mañana de ejercicio y en pleno campo!.
Luego íbamos a casa y allí mi abuela echaba los caracoles en una enorme olla de porcelana roja, había que purgarlos durante 24 horas antes de cocinarlos. Para ello los rociaba con harina y los tapaba para que no se salieran.
Al día siguiente, mi tía Olimpia y mi tía Pura eran las encargadas de limpiarlos, ¡menuda tarea!. Una iba removiendo mientras la otra echaba sal y vinagre, cuando habían soltado gran parte de la baba se enjuagaban con el agua que sacaban del pozo y vuelta a empezar hasta que el agua saliera prácticamente limpia.
Entonces llegaba la hora de cocinarlos y de eso se encargaba mi abuela María y mi tía Tere.
Había que poner los caracoles limpios en una olla con agua fría y a fuego mínimo. Ésto era así porque con el calorcito los caracoles salen de su casita y quedaran todos con el cuerpo fuera. Cuando ya estaban todos fuera entonces se ponía a fuego fuerte, se les daba un hervor y ese agua se desechaba. Luego se cocinaban como os cuento a continuación.
Comerlos también era una fiesta, nos reuníamos todas alrededor de la vieja mesa verde plegable que poníamos bajo la palmera, allí era donde más fresquito hacía. Echábamos un rato de lo más divertido contando las aventuras y desventuras vividas en la búsqueda de los caracoles y peleándonos por ver cual de nosotras había cogido más caracoles gordos y, por supuesto, deleitándonos con este rico plato.
Después de todo lo que os he contado comprenderéis por qué este es un plato tan especial para mí, y por qué, aunque se pueden comer en todas las épocas del año, para mí, los caracoles son para el verano.


INGREDIENTES:

- 1 kg de caracoles (yo los suelo utilizar congelados o de los que venden ya limpios y listos para consumir, así nos evitamos la engorrosa tarea de limpiarlos)
- 2 litros de agua
- 4 dientes de ajo
- 2 rebanadas de pan
- 1 pimiento rojo seco
- 2 puñados de almendras con su piel
- Media cebolla
- Sal
- Aceite de oliva

Especias:
- 1/2 cucharadita pimienta negra
- 1 ó 2 cayenas (según el picante que te guste)
- 1 cucharadita de comino en polvo
- 1 cucharadita de orégano
- 1/2 cucharadita de tomillo
- 1 cucharadita de granos de cilantro
- Un par de ramas de hierbabuena

ELABORACIÓN:

Ponemos los caracoles en una olla con agua y lo llevamos a ebullición, yo suelo desechar ese agua. Les echamos agua limpia y de nuevo ponemos a hervir, unos 20-30 minutos junto con las cayenas y un poco de sal.
Mientras tanto freímos en una sartén los ajos y las almendras, una vez fritos lo echamos en el vaso de la batidora o en un mortero si queremos hacerlo a la antigua usanza.
En ese aceite freímos también las rebanadas de pan, y el pimiento rojo seco (cuidado porque se quema enseguida), ponemos junto a los ajos y las almendras.
Echamos un poco de agua para que se esponje un poco el pan y nos cueste menos trabajo batirlo todo.
Picamos la cebolla y la sofreímos, echamos al vaso de la batidora.
Vamos añadiendo todas las especias menos la hierbabuena. Batimos muy bien todo y lo agregamos a los caracoles, dejamos hervir durante unos 20-30 minutos más. Rectificamos de sal si fuese necesario.
Por último, cuando esté hecho echamos las ramitas de hierbabuena, para mi gusto son imprescindibles, le dan un gusto increíble.
Si lo hacéis de un día para otro mucho mejor, los sabores se acentúan mucho más.
Dependiendo de si os gustan más caldosito o más tipo salsa lo único que tenéis que hacer es echar más agua o dejar hirviendo más rato hasta quedar con la consistencia deseada. A mí me gustan con caldito para comer con cuchara.
Ni que decir tiene que las especias van en el gusto de cada uno y la cantidad igual, id probando hasta dar con la que más os guste y si no os queréis complicar la vida, venden unos preparados de especias para caracoles, aunque a mí me gusta echar mis propias especias.

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